jueves, 14 de febrero de 2008

Advertencia


Este texto(*), al ser el primero que subo es, más que una introducción de los posteriores, una advertencia. Creo que es necesario indicarles desde donde escribo y, por lo tanto, cuales son los intereses implícitos en los trazos realizados. Es, a la vez, una especie de declaración de principios para que el ávido lector sepa desde que punto se apunta al apuntar en la hoja. Esta declaración es producto del constante trabajo realizado estos últimos años, de la articulación de distintas cátedras y, por supuesto, de discusiones, siempre reanudadas, con amigos.



* Fragmento de la ponencia que realicé en el Octavo Congreso Nacional de Estudiantes de Sociología llevado a cabo en la Universidad Academia de Humanismo Cristiano en el mes de Noviembre del año 2007 . El texto completo se encuentra en la publicacón que realizó la misma universidad.


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Lo que define al ser humano es el comprender, el estar abierto al sentido. El ser humano está definido como una condición hermenéutica. El comprender, por lo tanto, no es una función de la facultad inteligente del ser humano sino que es el modo de ser de lo humano[1]. Esto es posible verificarlo en la operación hermenéutica fundamental que todos estamos provocados a hacer: “¿Qué significa esto?”, preguntarnos por el significado de algo cuando éste se nos aparece y comparece como un problema, cuando emerge un mensaje cuyo significado ignoramos. Pero los objetos, las cosas, no necesariamente tienen significados, hay veces que estos son el resultado de una cadena causal, por lo que no habitualmente buscamos el significado de algo, sino que, en ocasiones, buscamos explicar por sus causas un determinado fenómeno. Desde la teoría del inconsciente freudiano se puede entender que toda escritura termina siendo una matriz de producción a través de traducciones, las cuales siempre son distorsiones, no de un “original”, puesto que, a su vez, este “original” traducido es producto de otra traducción. Siguiendo a Paul Ricoeur[2], todo el pensamiento crítico moderno, desde Marx, Nietzsche y Freud; está en relación en torno a la incredulidad respecto a todo origen sustancial y el desmantelamiento crítico de todo recurso al origen como ilusión. Del origen, lo único que tenemos es siempre narrativa, un cuento, un relato. Por lo tanto no existiría un sujeto fundador, ni una conciencia propia de este sujeto. En la base de la idea de sujeto se camuflan, según Marx[3], un conjunto de elementos sociales, económicos e ideológicos; según Nietzsche[4], una moralidad recibida y reproducida a partir de un resentimiento en contra de la vida; y para Freud[5] el yo continúa hacia adentro, sin límites precisos, con una entidad psíquica inconsciente, sería, además, un obstáculo de la realización de la demanda de placer realizada por el inconsciente.

El hombre produce signos u objetos que comparecen como signos y, como consecuencia, está en relación con éstos. El sentido no existe al margen del sujeto social, este es en tanto sentido de una determinada sociedad. Por lo tanto, el sentido y el valor de éste se constituyen históricamente. La dimensión hermenéutica es la condición comprensiva que define el modo de ser singular de lo humano, pero el significado siempre es un signo y la posibilidad que algo comparezca como signo es su posibilidad de inscripción, el sustrato del sentido es el soporte material del lenguaje como existencia perdurable, es su escritura. En el discurso escrito[6] desaparece el intercambio entre locutor e interlocutor, tanto el escritor como el lector están ausentes el uno para el otro; por lo tanto, lo que quería referir el autor pierde el sentido para la comprensión y ésta es reemplazada por la búsqueda del significado real del discurso. Es este el fenómeno que se debe tratar de explicar, es decir, cómo es posible que se constituya el sentido y cómo el ser humano está en relación al sentido. El problema de la inscripción implica la cuestión del tiempo y la historia. De toda actualidad de sentido lo único que queda son inscripciones, huellas sobre una superficie material, a estas, por definición, les compete el preservarse y perdurar más allá de la vida del sujeto autoral, está, por lo tanto, destinado a ser interpretado de manera póstuma. No se puede, entonces, ser contemporáneo al sentido del presente, este sentido solo será revelado después, en otra escena comunicativa cuyos códigos serán distintos y distantes a la escena comunicativa inicial.

Un hecho fáctico al ingresar a la cultura se transforma en un símbolo, esto es a lo que se apunta cuando se habla de la singularidad del ser de lo humano. Al ser el objeto un punto de llegada de un proceso de objetivación, la condición de este objeto está determinada por el sujeto, el objeto es, entonces, un proceso de subjetivación. Lo que se debe buscar entender es cómo es que una formación discursiva o hipótesis, deviene institución histórica, es decir, cómo un texto se transforma en referencia fundamental, es decir, objeto; dentro de un determinado cuerpo de saber. Es necesario preguntarse cómo algo que pertenece al dominio cultural, por lo tanto, al discurso y al sentido de este, y por tanto es contingente e histórico, se transforma en una segunda naturaleza, en lo social incorporado, donde el aprendizaje es fuente de la realidad de las prácticas. Según Marx[7], no es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, es la organización social del hombre lo que determina su conciencia. Esta conciencia es, por lo tanto, “falsa” ya que lo social dirige el modo de pensar del hombre en determinadas direcciones y le impide que cobre conciencia de determinados hechos y experiencias. Solo si esta falsa conciencia se transforma en verdadera, es decir, solo si se puede tener conciencia de la realidad en vez de deformarla con racionalizaciones y ficciones se puede cobrar conciencia, también, de las necesidades humanas reales y verdaderas. Existe, entonces, una naturaleza humana en general y una naturaleza humana históricamente condicionada por cada época[8], es decir, existen impulsos humanos constantes y fijos, como la sed, el hambre y la sexualidad, los cuales son parte integrante de la naturaleza humana; y los impulsos humanos relativos, que son parte integrante de la naturaleza humana pero que deben su origen a ciertas estructuras sociales y a ciertas condiciones de producción, como por ejemplo la estructura capitalista crea la necesidad de dinero, el objeto por excelencia[9]. Se hace necesario, para develar la forma de constitución de esta segunda naturaleza viajar donde habita el olvido estructural que es inherente a todo proceso de socialización, resistirse analíticamente a este olvido que está implicado en todo acto de institución. En la identificación, por ejemplo entre “persona” y “sociólogo”, que se pone de manifiesto en cualquier representación social está implicado el olvido de los procesos disciplinarios que están contenidos en cualquier acto de aprendizaje. La consecuencia de este proceso de olvido es que se niega al sujeto, este pasa a ser pura producción estructural, y su conciencia se deforma. El acto de instituir, como también la institución, se levanta sobre una operación de olvido estructural. La operación analítica de la sociología es, entonces, desocultar, descubrir analíticamente todo aquello sobre cuya borradura se levanta la institución.

Todo análisis siempre implica una reflexión acerca de las herramientas que se utilizan en el proceso analítico. Este es el carácter crítico que debe asumir la sociología, es decir, dilucidar las condiciones de posibilidad del conocimiento. Este proceso reflexivo es la operación analítica que toma como objeto al sujeto mismo que analiza. El investigador, es decir, aquel sujeto que ha sido socializado al interior de un campo disciplinar[10] vive en una ilusión. Lo que lo constituye como tal pasa por la distancia que el sujeto investigador establece con el objeto de investigación, con lo cual deja de lado la relación hermenéutica. Pero el investigador convive con el objeto investigado ya que este ha sido formado dentro de la misma relación social, por lo tanto el investigador está implicado en la ideología desde la cual construye o produce su objeto. Es por esto que el imperativo de la investigación es que el investigador esté obligado, en cada caso, a dilucidar las condiciones que han transformado al sujeto en investigador. Al ser la conducta del investigador el resultado de las relaciones sociales de producción de cierto campo, en este caso la sociología, el investigador debe develar cuál es la ideología que lo constituye y cuál es la escuela que habla a través de él. Justamente porque el sujeto investigador está producido por las condiciones de producción del campo es porque el sujeto debe dilucidar las condiciones de constitución de campo del cual él es un efecto, es decir “objetivar al sujeto objetivante”. Esta constante vigilancia respecto a las condiciones sociales de producción del análisis sociológico es lo que le da el rango crítico a la sociología, mostrar las condiciones de producción que permiten la objetividad.

La operación hermenéutica presupone un origen del sentido, un autor como padre. Usualmente, es inevitable que, a la hora de pensar en el origen de algo, no se pueda sino pensar en una presencia creadora. Toda la disposición critico- materialista[11] lo que descubre en ésta pregunta por el significado de un hecho, cuestión que nos lleva a preguntarnos por el contexto autoral, es la construcción retrospectiva que una presencia plena al comienzo solo puede tener referencia a un vacío, a un mero accidente. Esto es lo que ocultan los cuentos acerca del origen, es decir, que todo relato acerca de un origen para constituirse debe ser una estrategia eufemizadora que se las arregla para borrar, ocultar y, a consecuencia, olvidar que en el comienzo no hay otra cosa que contingencia. Para que un sujeto se constituya como tal, por ejemplo como sociólogo, tiene que erguirse sobre una borradura. En cada acto de institucionalización existe siempre un olvido estructural, el olvido de toda la historia a través de la cual el sujeto llegó a conquistar un lugar social. Toda escena es siempre un sucedáneo, una cadena de sustitución de una escena primaria que constituye al sujeto y que éste ha olvidado.

El discurso de una institución autoriza y reproduce autoridad, pero ¿cómo ocurre que un discurso llega a tener ese valor? Es esta institución de lectura dominante la cual se debe poner en cuestión. Es decir, preguntarse por el autor como creador de sentido es aludir a un origen entendido de forma metafísica. Es hacer referencia a una instancia sobre natural que crea desde la nada. El autor es lo que impide la pregunta sociológica por la creación de los creadores, por quién originó al original. Esta institución metafísica, que hace del autor el origen, es la que prima en todo campo intelectual, a la base de cualquier disciplina que se constituye con esta elaboración simbólica se encuentra el impedimento de buscar los procesos o dispositivos que hacen posible la institución, lo cual nos captura dentro de la misma y hace imposible el análisis sociológico. En la institución se colonizan las prácticas de habla, se disciplina y se normaliza a los sujetos que la integran, se extermina el pensamiento puro y se abre paso al pensamiento de una clase en particular, pensamiento que busca re-producir su ideología. La ideología reúne las narraciones referentes a los orígenes –jamás presenciados- que permite decir quienes somos, apuntan el punto de partida para asumir y afirmar la identidad individual y colectiva, cumple, entonces, una función conservadora, integradora y legitimadora de la propia identidad. Esta hace aparecer los intereses de un grupo determinado como intereses de una comunidad completa; no solo se afirma que somos, sino que además está bien que seamos así y que esta manera es la mejor entre todas las posibles de ser; finalmente, se consuma en la interpretación de todo hecho desde la perspectiva del grupo beneficiado por el orden existente, mostrando esa perspectiva como visión de la totalidad[12].

La sociología, entonces, debe analizar la institución[13], entendida ésta como el producto de la acción de instituir. Éste es un ejercicio crítico en contra de la institucionalidad que supone, por lo tanto, una distancia crítica, a consecuencia, cierta libertad en contra, de la institución misma que forma a la sociología. Teniendo presente que la manifestación de toda institución es el discurso y es por medio de esta objetivación por la cual la institución se valida, autoriza, produce, re-produce y forma saber; y , por lo tanto, es aquí donde hay que apuntar el análisis y la crítica. Se deben analizar las operaciones que el discurso realiza no en el sentido del contenido, aunque éste es un primer paso, sino que analizar su forma, la forma que permite al contenido, las operaciones que producen autoridad y, por lo tanto, monopolización del saber.

Es aquí donde oculta el “secreto” la institución discursiva que se arroga objetividad, es decir, que su existencia no depende del sujeto, su naturaleza es, a juicio propio, la imparcialidad. Una institución que se atribuye éstas características está queriendo decir que, al decir está diciendo la verdad tal cual es, sin ninguna influencia externa y, por lo tanto, al enunciar la verdad el que realiza el discurso es “la” verdad misma. Siguiendo a Foucault[14], la verdad es el conjunto de procedimientos reglamentados por la producción, la ley, la repartición, la puesta en circulación, y el funcionamiento de los enunciados. Los sistemas de poder son aquellos que producen el discurso de la verdad y a la vez la ostentan y por lo tanto se re-producen a si mismos en su lugar. Existen tres grandes sistemas de exclusión que afectan al discurso, estos son la palabra prohibida, la separación de la locura y la voluntad de verdad; siendo está última la dimensión más importante ya que las dos primeras se subordinan a ésta. Justamente es esta voluntad de verdad la que se adjudican las ciencias objetivas, ésta es la condición de posibilidad de la emergencia de una institución totalitaria donde el discurso permitido o validado invisibiliza las condiciones de dominio, haciendo creer que los distintos sujetos son libres y autónomos en su pensar, decir y crear; pero lo que realmente está haciendo es cancelar la deliberación y extirpar la verdadera diferencia y, con esto, preservar para sí el monopolio de un lenguaje particular. Al negar el pensar, el totalitarismo cercena las palabras, enmudece a los sujetos, provoca una ontologización lo cual conlleva a la naturalización o normalización de un estado y orden de las cosas. Según Habermas[15], el problema es la verdad en sentido pragmático, es decir no el problema filosófico de la verdad sino que la forma en que se expresan los enunciados racionales fundamentados desde preposiciones sin contradicciones. Lo cual nos deriva a la problemática de el surgimiento de una institución discursiva monopolizadora del saber, la cual controla, tecnificando un campo que debería ser multiparadigmático. A todo conocimiento técnico le subyace un interés de control y de dominación, la unidad de conocimiento e interés[16] o ideología se acredita en una dialéctica que reconstruye lo suprimido preguntándose por las huellas históricas de la escena de eufemización. Cuando se desmotiva la formación de debate, en la sociología, surgen tecnócratas que buscan controlar procesos; se utiliza, en términos Weberianos, una racionalidad instrumental cuyo conocimiento no es neutro y el cual está ligado a un interés político que le subyace, esta acción tiene como finalidad mantener el statu quo sometiendo todos los procesos a control. El sociólogo debe tener la llave que permita abrir ésta “Jaula de Hierro” en la cual nos apresa la tecnificación del campo, para hacer de la sociología una herramienta para la crítica y la discusión y no un dispositivo de dominación.

[1] Ver Heidegger, M. El ser y el tiempo, F.C.E., México 1974, pp.170-172.
[2] Ver Ricoeur, P. Hermenéutica y Psicoanálisis, pp. 4-6. Donde el autor califica a Marx, Nietzsche y Freud, como los “maestros de la sospecha” o “los que arrancan las máscaras”, este calificativo se lo otorgó ya que cada uno de estos filósofos, desde sus distintas perspectivas, ponen al descubierto la entrada en crisis del racionalismo moderno, al develar la insuficiencia de la noción de sujeto y mostrar un significado oculto de esta, se somete a crítica la noción tradicional de conciencia: Marx devela la ideología como falsa conciencia; Nietzsche desenmascara los falsos valores y Freud pone al descubierto los disfraces de las pulsiones inconscientes.
[3] Ver Marx, C. La ideología Alemana, p. 25.
[4] Ver Nietzsche, F. La genealogía de la moral, pp. 42-43.
[5] Ver Freud, S., El malestar en la cultura, p. 9.
[6] Ver Ricoeur, P. Del texto a la acción
[7] Ver Marx, C., Op. Cit., p.25.
[8] Ver Marx, C., El Capital, sección de La Acumulación Primitiva.
[9] Ver Marx, C., Manuscritos Económico-Filosóficos, Tercer Manuscrito.
[10] Ver Bourdieu, P. El oficio del sociólogo, pp. 11-25.
[11] Ver Foucault, M. Microfísica del poder, capítulo 1.
[12] Al respecto, ver en Perspectivas Éticas Nº14, CEDEA de la Universidad de Chile donde se analiza el texto de Ricoeur, P. Educación y Política, capítulo 5.
[13] Ver Op. Cit. pp. 79-94.
[14] Foucault, M. Microfísica del Poder, Ediciones de la Piqueta, Madrid, 1992. Pág. 189.
[15] Habermas, J., Ciencia y Técnica como Ideología.
[16] Op. Cit. pp. 179.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bueno