miércoles, 26 de marzo de 2008

A Javier


La última vez que te vi fue después que tu grito atravesó la calle Libertad e hizo recordar, al entrar por mi oído, tiempos ya muy pasados. Estabas al frente, terminabas de trabajar e ibas a tu casa, que aún queda a dos sitios de la mía, a almorzar para después salir rápidamente a estudiar. Fue en Octubre pasado, no recuerdo quien cruzó la calle pero si recuerdo el resentimiento que cargabas para con la vida que te tocó, resentimiento que se transformaba en frases que salían quemando de la mueca que llevabas por boca. Tu estado era tan frágil y terrible como tu vida, las palabras se atropellaban antes de salir. Me hablaste de la disfuncionalidad de tu familia, de la violencia siempre presente de ese “hijo de puta” que tuviste como padre, de la cobardía de tu madre heredada por tus hermanas. De que no tenías ni un morlaco, que tu vida se había tornado una rutinaria búsqueda de sustento que, paradójicamente, para lo único que servía era para olvidarte de la misma. Ya no te inyectabas y estabas tratando de superar el alcoholismo, querías escapar. Huir de lo que te amarraba, de esa casa, que nunca fue un hogar, en la cual el ruido no dejaba escuchar tus gritos, de tus amigos ausentes, del egoísmo sofocante, de este modo de llevar la vida que roza lo inhumano.


Ya lo hiciste, tomaste la decisión más compleja y radical que cualquier sujeto puede tomar, esa que tiene que ver con el parar de vivir. Creo, de igual forma, que cada uno de nosotros te ayudó a tomarla, sin saberlo te apoyamos, desde hace ya varios años que caminábamos al lado tuyo, sin que tu lo notaras ni menos nosotros, en dirección a ese bendito-maldito tren para, con nuestra ausencia, despedirte. Esa maquina, no me cabe duda, fue tu huida, tu fuga, tu odio, tu ira… Tu Libertad.

miércoles, 19 de marzo de 2008

El giro cultural (Parte 3)


Ésta es la última de la serie de tres publicaciones destinadas a echar un vistazo a la construcción de los movimientos sociales en América Latina. Esta monografía la armé en el mes de Octubre del año que recién pasó y contiene una bibliografía actualizada acerca del tema. Me decidí publicarla en el blog básicamente por dos razones, primero porque encuentro que entrega una visión global de un tema muy necesario para comprender actuales procesos sociales que sacuden nuestra América y, segundo, porque mi vida se ha convulsionado un poco al pasar de las “vacaciones-trabajos” a el inicio de las clases en la universidad. Lo segundo claramente me ha dejado con pocas fuerzas para la iluminación que tanto necesito para escribir cosas nuevas, pero ya saldrán.

La teoría de los nuevos movimientos sociales

La relación autoritaria del Estado para con la sociedad civil trajo como consecuencias[1] la perdida de significación de la “conciencia democrática”, aumento de la inseguridad individual, angustia social, imposición arbitraria de pautas y limitación en los medios de comunicación. “La referencia al Estado y los vínculos con la política cambian dramáticamente para los actores sociales particulares, llegando a ser más autónomos, más simbólicos y más orientados hacia la identidad y autoreferencia que a lo instrumental o reivindicativo”[2]. Es debido a este quebrantamiento de lo social es que los movimientos se reorientan en distintas esferas de lo social, la lucha apuntaría ahora más hacia lo cultural y social en vez que a lo económico o político, el concepto de totalidad se ve fragmentado.

Como se ha dicho en la primera mitad del siglo XX, en la sociedad moderna o industrial, las Ciencias Sociales estaban preocupadas de la estructura social, la totalidad, y por lo tanto su objeto de estudio y preocupación era el cambio de esta totalidad. Surge luego la sociedad postmoderna o postindustrial la cual ya no se organiza en términos tradicionales, sino que ahora las grandes estructuras sociales no existirían, es el fin de las clases y, por consecuencia, el sujeto social es distinto y funciona de acuerdo a problemáticas acotadas y pequeñas. Ahora las demandas no estarían centradas en los intereses políticos-económicos sino que, mas bien, se lucharía por la identidad.

Según Garretón[3] tanto la Globalización como el Cambio de Matriz Sociopolítica en América Latina han contribuido a la transformación del sujeto social. En primer lugar, la Globalización en cuanto a su influencia económica, por vía de los mercados, como comunicacional, por via de los medios de comunicación, información, redes virtuales y reales, e informática; que atraviesa al cuerpo social ha traído como consecuencias la desarticulación de los actores clásicos de la sociedad industrial, el surgimiento de identidades que su adscripción se basa en el sexo, la edad, la religión, la etnia; otra consecuencia es el vinculo pasivo y mediático entre las masas y la globalización, el surgimiento de los movimientos antiglobalización. El nuevo “tipo societal” tendría como ejes el consumo, la información y la comunicación y estos nuevos tipos de actores sociales serían: los públicos, las ONG’s, actores identitarios y los poderes fácticos, estos últimos pueden ser extrainstitucionales, como por ejemplo los grupos económicos, o institucionales, como por ejemplo los poderes políticos.

Con respecto al Cambio en la Matriz Sociopolítica, esta tiene que ver con la ruptura y desarticulación de la matriz clásica o nacional-popular planteada en lo que va del desarrollo del presente trabajo, existe un vacío dejado por la antigua matriz desarticulada por los autoritarismos militares en el cual se instalan diferentes sustitutos que impiden el fortalecimiento, la autonomía y el complemento entre los componentes de la matriz, es decir, entre el Estado y los diferentes actores sociales. Existen tres grandes tendencias que buscan instalarse en este vacío, en primer lugar está el neoliberalismo, el cual niega la política a partir de la modernización expresada en una política instrumental que sustituye la acción colectiva por la “razón tecnocrática” y rige la lógica del mercado, por otro lado y opuesto a la primera aparece la sociedad civil que impone, también, una visión crítica del Estado y la política a través de los principios identitarios y comunitarios; en tercer lugar, y entre estas dos tendencias contradictorias, se encuentra la visión más institucionalita del refuerzo del papel del Estado y la democracia representativa, la cual intenta evitar la destrucción de la sociedad a manos del mercado, los poderes fácticos o el individualismo de las reivindicaciones identitarias y corporativistas.

Se puede apreciar que existe una evolución histórica y, por lo tanto, también de las teorías de los nuevos movimientos sociales. Estas nuevas teorías cuestionan la rigidez de las teorías anteriores respecto a la concepción de los movimientos colectivos y su cuerpo común es la insistencia en la acción simbólica, en lo cultural e identitario. Se le entrega mucha importancia a la autonomía y a la autodeterminación de los sujetos, más que a la disputa por el poder. Existe una creciente centralidad de los valores postmodernos, en lugar de conflictos de clases surgen luchas más subjetivas las cuales tienen que ver con la etnia o el género, por ejemplo; existe una lucha por recursos simbólicos. Se problemática la fragilidad de las identidades, se piensa en identidades volátiles en lugar de grupos de conflictos con identidades duras y firmemente constituidas, existe una identidad en construcción. La ideologías o las demandas de los movimientos sociales se construyen socialmente de manera permanente y, por lo tanto, no estarían constituidas según la posición estructural de los sujetos, sino que, más bien, están construidas en procesos históricos. En lugar de mirar a los movimientos sociales como organizaciones rígidamente constituidas, auto referidas (como puede ser un sindicato), ahora son asumidas en forma de redes, es decir, una organización flexible y no articulada. En resumen, existe un cuerpo teórico con elementos comunes que se diferencian de las “viejas” teorías y que su objetivo es valorizar el papel de lo identitario y cultural.

Surgen, entonces, nuevos ejes, ahora de sentido, que orientan la acción colectiva de los sujetos. En primer lugar está la democratización política los cuales surgen desde los propios autoritarismos “el primero corresponde a las fundaciones democráticas, es decir, la creación de un régimen democrático en países donde nunca existió antes [...]. El segundo correponde a las transiciones, el paso a regímenes democráticos desde regímenes de dictadura [...]. El tercero corresponde a las reformas, es decir, procesos de extensión de instituciones democráticas desde el poder mismo”[4]. En segundo lugar está la Democratización Social concepto que es tomado bajo dos significados, en primer lugar como la redefinición de la ciudadanía la cual es entendida como “el lugar del reconocimiento y la reivindicación de un sujeto de derecho frente a un determinado poder”[5], poder que normalmente es el Estado pero también pueden ser los medios de comunicación o el medio ambiente. El segundo significado es la superación de la pobreza y la exclusión, es decir, ya no hay una lucha por cambiar la estructura sino que por integrarse a ella y ser valorado dentro de esta. El tercer eje es la reconstrucción de la economía nacional y su reinserción, este tiene que ver con la transformación de la matriz del estado como agente de desarrollo y que impulsaba un “desarrollo hacia adentro y la reinserción de la economía nacional en el proceso de globalización de la economía mundial”[6]. Y el cuarto eje es la reformulación de la modernidad a partir de la postmodernidad, es decir la desaparición de los meta-relatos donde existía una estructura que provocaba desigualdad, posición y lucha de clases, donde la sociedad se constituía por sujetos individuales y colectivos.

¿Está desestructurado lo Nacional-Popular?

En América Latina, actualmente, el proceso de El Evismo[7] en Bolivia puede relacionarse con como opera lo nacional-popular. Según Álvaro García L., el evismo es una estrategia de lucha por el poder la cual tiene tres etapas: 1987-1995 resistencia, 1995-2001 alianzas y 2001-2006 consolidación del poder. Esta estrategia está centrada en los movimientos sociales lo cual marcaría “una ruptura con las estrategias previas observables en la historia política continental y mundial”[8] ya que no pretende la representación política a través de la delegación de poderes sino que es “una proyección que busca de manera casi absoluta la auto-representación de los propios movimientos sociales”[9].

El evismo abarca el proceso político desde el movimiento social indígena, y es a partir de esta identidad acotada que se genera una identidad nacional. Lo que permite que se generalice esta identidad indígena es que es ante todo cultural y de carácter flexible, lo cual permite ir sumando segmentos y sectores más amplios se unan al proyecto. La propuesta indígena es “un nuevo modelo de nacionalismo expansivo, una nación multicultural que resalta la unidad en la diversidad”[10].

Para que un proyecto popular se vuelva nacional lo que realiza el evismo es una rebelión de un modo inclusivo, es decir, “incorpora la gran producción extranjera, tratando de dialogar con el mundo globalizado, pero girando todo en torno al núcleo indígena en términos políticos y a la pequeña producción familiar y comunal en términos económicos”[11]. La composición ideológica de este movimiento tiene la virtud de hacer dialogar el indianismo, lo nacional-popular, el sindicalismo y el marxismo; y poder, a partir de esto dominar el Estado y emprender la construcción de un modelo postneoliberal.

[1] Op. Cit. p. 78.
[2] Op. Cit. p. 11.
[3] Op. Cit. pp. 11-14.
[4] Op. Cit. pp. 14-15.
[5] Op. Cit. p. 16.
[6] Op. Cit pp. 17-18.
[7] García, A. El evismo: lo nacional-popular en acción.
[8] Op. Cit. p.26.
[9] Op. Cit. p.26.
[10] Op. Cit. p. 28.
[11] Op. Cit. p. 28.

sábado, 15 de marzo de 2008

El proceso político en América Latina (Parte 2)

El siguiente posteo es el segundo de un total de tres monografías que se refieren a los procesos sociales de América Latina. Creo que tener claros estos eventos nos permite ver la actualidad con una perspectiva mucho más amplia y así poder entender las múltiples paradojas que se dan en nuestra, no tan Latina a ratos, América. Esta segunda parte es la más extensa de las tres, pero vale la pena “gastar” el tiempo en digerirla ya que permitirá lograr una comprensión mucho más acabada de la tercera y última parte.

Lo Nacional-Popular


Existen problemas para comprender las características del movimiento popular en América Latina ya que “sus opciones y alternativas aparecen casi totalmente definidas por la dominación misma”[1]. Es, por lo tanto, fundamental construir la historia del movimiento popular entregándole autonomía a los sujetos y no mediante la explotación. Esto sería una historia propia del movimiento popular, vinculada con el devenir social, los procesos de lucha y contradicción; pero no construida desde el punto de vista de la clase dominante. Así es posible encontrar rasgos propios de los movimientos populares. El sujeto popular ha constituido la posibilidad de una sociedad alternativa, tiene la capacidad de realizar cambios sociales y, por lo tanto, no puede ser visto como masa ya que tiene determinación sobre su propio destino, tiene su propia autonomía. En el Movimiento Popular el pueblo se constituye como una categoría política, convertido en movimiento político-social se transforma en un solo gran actor. Es por esta razón que las que “las etapas políticas que constituyen la historia del movimiento popular están marcadas por el tipo de proyecto alternativo”[2] pensado por los dominados. Existe, por lo tanto, una historia propia del movimiento popular la cual tiene en cuenta los periodos que se detallarán a continuación.

Conflicto Oligarquía-Pueblo


Abarca los primeros años del siglo XX en América Latina, coincide con la Revolución Rusa y la Primera Guerra Mundial en Europa. Es en este periodo donde trata de emerger una dominación burguesa por sobre la oligarquía dominante durante el siglo XIX, existe un conflicto entre la burguesía importadora comercial y la oligarquía terrateniente y minera. Esta lucha hace necesaria una “reordenación del sistema político con el fin de establecer nuevas formas de poder"[3] con la intención de realizar un reconfiguración social.


La burguesía encuentra como aliado al mundo popular el cual tiene marcado, igualmente, un sentimiento anti oligárquico y una fuerte intención revolucionaria. Surge, debido a la industrialización en los países, la clase obrera y con ello las ideas de “la inminencia de la revolución” y “el carácter revolucionario del pueblo”, lo cual tiene como consecuencia la emergencia de una alternativa socialista.


Alianza de Clases


Con la crisis económica de 1929 se derrumba finalmente la dominación oligárquica. Existía en América Latina una yuxtaposición de clases, surge así una alternativa de gobierno y, con ello, dirigentes que representan al pueblo, “el partido es por definición el pueblo gobernante”[4]. Esta aparente nueva estabilidad no evita que surjan intereses propios de cada clase o grupo, la clase obrera afirma su identidad y su alternativa de socialismo pero opta por una política inmediata de alianzas la cual satisfacía su necesidad de poder e implicó “ciertos grados de participación de los distintos sectores sociales en la estructura de poder y de determinados modos o estructuras institucionales de participación o incorporación social”[5]. Esta alianza de clases hacia el año 1945, finalizando la Segunda Guerra Mundial, se instala con un modelo desarrollista en América Latina el cual tiene como objetivo inmediato un “proyecto nacionalista, antiimperialista y antioligárquico; el socialismo es menos significativo que el proceso de liberación nacional”[6] y, por lo tanto “se caracteriza por la iniciación de políticas tendientes a la industrialización y a la consolidación del mercado interno”[7], el proyecto que pretende mantener esta alianza de clase tiene que ver con la modernización, es decir, su meta es salir del subdesarrollo y esto es lo que le entrega sentido a la historia latinoamericana. El mundo popular entiende que el desarrollo socioeconómico es un objetivo propio ya que tiene como esperanza mejorar las condiciones de vida, mejorar los porcentajes de ganancias y tener una mayor participación política a través de los partidos políticos que lo representan. Este desarrollismo, debido a la creciente industrialización y al alto desarrollo del mercado interno, que tiene como intención sustituir las importaciones, provoca un crecimiento en el poder económico de la burguesía lo cual provocó cambios en la estructura de la división social del trabajo, crea una mayor importancia del proletario y un aumento del sector popular no-obrero, surgen así las masas. Debido al importante papel que tiene el Estado en este periodo, el cual de ser un mero “mediador” entre la burguesía nacional y la inversión extranjera pasó a “iniciar fuertes políticas de defensa arancelarias del mercado, intenta promover la transferencia de recursos desde el sector exportador al sector interno; propicia la creación de una infraestructura de apoyo a la industria sustitutiva”[8] con lo cual comienza a surgir la burocracia y, con ella, los sectores medios que se identifican con el Estado y ven en él sus posibilidades de futuro.


Este estado social tuvo su expresión política la cual se ve reflejada en distintos acuerdos y alianzas entre todos los sectores sociales, “el sector obrero y las masas urbanas presionan con sus demandas dando origen al “distributivismo” social y económico como política de Estado”[9], surge así un “Estado de Compromiso”, cuyo objetivo inmediato es “el mejoramiento de las condiciones de vida, principalmente a través del desarrollo industrial, mayor y mejor educación, salud, vivienda”[10]. El Estado se transforma en distribuidor de la riqueza y, a la vez, permite una mayor participación de los movimientos populares en la estructura de poder, es un sistema de equilibrio social donde se abre un nivel de participación social, económica y política de los distintos actores sociales.


En América Latina se estructura el proyecto llamado Nacional-Popular, este concepto se encuentra en los “Cuadernos de la Cárcel” escritos por Gramsci, autor que está pensando la Revolución en occidente y que plantea como se puede desarrollar un proceso de transformación en la Europa occidental en donde se estaban desarrollando procesos de industrialización mucho mayores que en la Europa oriental (Rusia). Este autor piensa que no solo los que dominan lo hacen por la fuerza, sino que también por el consentimiento del dominado mediante procesos de legitimación. Surge así el concepto de hegemonía que se refiere a la combinación de los rasgos represivos del Estado con los elementos persuasivos de la legitimación que genera adscripción. Lo Nacional-Popular es entendido, entonces, en América Latina como la capacidad que tiene movimiento popular de proponer un proyecto alternativo para el conjunto de lo nacional. Un proyecto desde lo popular que integre a los diferentes sectores, donde se de un correlato entre la estructura política y la estructura social. Para Garretón[11] lo Nacional-Popular está vinculado al tema del desarrollo, la integración social y la autonomía. La principal característica de esta matriz sería la fusión entre sus componentes, es decir, el Estado, los partidos políticos y los actores sociales; esto tiene como consecuencia el debilitamiento de estos componentes y una mezcla entre dos de estos tres componentes con la subordinación o eliminación del que queda aislado.

Crisis del Estado de Compromiso o El quiebre de la Alianza de Clases

Este proyecto Nacional-Popular, encarnado en el Estado de Bienestar, no impide que surja un proceso de tendencias contradictorias entre las clases. Los grupos burgueses demandaban una expansión continuada de la economía, las masas populares demandaban un mayor grado de distribución de la renta nacional, lo cual también afectaba a los sectores medios y, por otro lado, los campesinos irrumpían presionando por el proceso de reforma agraria[14]. Es así como la alianza de clases comienza a entrar en crisis, la cual es provocada por “las propias contradicciones que el sistema económico-político y social contiene, contradicciones que solo es posible resolver a través de redefiniciones del carácter del Estado”[15], se puede decir que las reformas del Estado de Compromiso lo llevaron a su propia crisis. El propio desarrollo de la industrialización llevó a una mayor polarización de las clases sociales y a una mayor organización de clases, las cuales buscaron la solución definitiva en el enfrentamiento.

Esta crisis se puede explicar también en términos de “dependencia”, los problemas enfrentados por los países latinoamericanos dentro de esta perspectiva son: “a) sometimiento de las decisiones nacionales de producción y consumo, a los intereses externos (centros hegemónicos y/o multinacionales); b) subordinación de posibles grupos dinámicos (empresarios nacionales) a la organización y decisión de multinacionales y economías centro; c) marginalización creciente de vastos sectores agrarios y urbanos; d) distribución regresiva del ingreso; e) aumento de la extrema miseria”[16], la dependencia es, entonces, la subordinación de las estructuras económicas a un centro hegemónico que dicta como comportarse. Esto hizo surgir una “fracción capitalista” la cual busca imponer su hegemonía al total de la sociedad “no solo a través de un reordenamiento de las relaciones económicas, sino también de una reformulación del sistema de relaciones sociales y del sistema político”[17], en palabras de Garretón, una desarticulación de la matriz Nacional-Popular, la cual, tengamos presente, no por ser “nacional” dejó de considerar la existencia de clases sociales interactuando constantemente y lo que proponía era un sistema de alianzas y antagonismos. “La emergencia de una burguesía industrial y financiera cada vez más fuerte internamente, aunque en alianza con el gran capital extranjero, comenzó a poner en peligro la subsistencia del Estado de Compromiso”[18].

El propio desarrollo interno de la alianza la lleva a pasar de su carácter “distributivista” a entregarle un énfasis “productivista”, “el propósito es integrarse a las formas modernas del capitalismo aunque se tenga que aceptar una actuación solo en la periferia del mercado mundial”[19], el proyecto de alianza se enfrenta entonces a la demanda popular antagónica. El proletariado industrial, fortalecido por un lado por el desarrollo de la industria nacional y, por otro, teniendo presente la influencia de la Revolución Cubana de corte socialista, busca crear nuevas alianzas con sectores populares marginales y campesinos con la intención de realizar un proyecto político alternativo.

Presencia del autoritarismo

Así como en Cuba en el año 1959 se plantea la posibilidad del Socialismo para Latino América, en Brasil, en el año 1964, se plantea la posibilidad del Capitalismo Autoritario. Esto implica que el proceso de crecimiento del mundo popular se revierta. El movimiento popular fue reprimido y además se constituyeron condiciones en las cuales las posibilidades de avance del proyecto Nacional-Popular se dificultaban debido a la fractura de las posibilidades de realizar alianzas entre clases. “La “modernización” se hace a costa de un autoritarismo creciente y que no disminuye el cuadro de pobreza típico del “desarrollo con marginalidad”[20] y, por otro lado, mediante transformaciones institucionales o estructurales no autoritarias en el sentido militar pero sí en el económico. Se recurrió a la violencia cuando el grupo que buscó imponer su hegemonía no fue capaz de crear nuevas instituciones sociales estables que lo representaran. “El problema radica fundamentalmente en las posibilidades que tiene cada uno de los sectores en pugna para instaurar su proyecto. En este sentido los sectores populares carecen en general de la capacidad de imponer frontalmente un proyecto socialista, a la vez que suelen ser desbordados en la medida que plantean una política reformista o de conquistas de cuotas de poder. No es extrañar entonces que el Estado de Compromiso vaya inclinándose progresivamente a favor de los sectores económicamente dominantes. Donde la movilización de los sectores populares alcanzó la fuerza suficiente como para oponerse a esa tendencia se forzó el enfrentamiento directo instaurándose regímenes autoritarios”[21]. Esto permitió la formulación de políticas adecuadas y un reordenamiento social de tintes capitalistas de acuerdo con la dependencia económica.

Surge así un Estado Burocrático-Autoritario[22] el cual se caracteriza, además del nuevo ordenamiento económico y, por lo tanto, de relación de clases también una eliminación radical de las manifestaciones que puedan presentar una alternativa al actual Estado. Es necesario señalar también que las burguesías nacionales necesitaban de este tipo de estado para poder insertarse económicamente en el nuevo esquema impuesto por la empresa multinacional por lo que “no solo la nueva modalidad de la economía debía imponerse por vía de la fuerza sino que aún la pertenencia del régimen se basa en la coacción”[23], se destruyen las autonomías y se desmantela la esperanza socialista. El Estado, con la intención de estabilizar las relaciones sociales se convierte en un Estado de exclusión política cuyo mecanismo de control es la supresión de toda demanda social popular. Existe una desarticulación ideológica de las masas y surge la ideología del Estado la cual le entregaba al mismo un carácter abstracto señalándose como un Estado “que pretendía estar al margen de la representación directa de las clases”[24], esto aunque su poder y fuerza la obtuviera de grupos económicos y sociales bastante definidos.

Este Estado, con la intención de profundizar el capitalismo comienza a ser administrado por una tecnocracia que pretende la racionalización económica de éste. Surge así una nueva alianza la cual está compuesta por tres sectores: “el sector económico controlado directamente por el Estado, los capitalistas locales y las empresas multinacionales”[25]. Existe así una relación dialéctica entre el mercado internacional que demanda profundización del capitalismo y el Estado que es capaz de ordenar a la sociedad para cumplir con esta demanda. Su legitimación la realiza de dos maneras, la primera es en virtud de la situación anterior de la cual resaltan los aspectos más negativos, es decir, en la negación del desorden del comunismo o la corrupción de “los señores políticos”. Y la segunda, resaltando sus aspectos “positivos” los cuales serían la racionalidad y la eficacia económica, con lo cual reafirma su carácter productivista.


[1] Baño, R. y otros, Movimientos Populares y Democracia en América Latina, p. 2.
[2] Op. Cit. p. 2.
[3] Idem.
[4] Op. Cit. p. 3.
[5] Faleto, E. y Kirkwood, J. Articulo Política y comportamientos sociales en América Latina en Revista Paraguaya de Sociología Nº 49, p. 69.
[6] Op. Cit. p. 3.
[7] Op. Cit. p. 72.
[8] Idem.
[9] Idem.
[10] Op. Cit. p. 3.
[11] Ver Garretón, M. La transformación de la acción colectiva en América Latina, pp. 9-10.
[12] Op. Cit. p. 3.
[13] Idem.
[14] A respecto de este último punto ver Faletto, E. La dependencia y lo nacional-popular, p.4.
[15] Op. Cit. p. 69.
[16] Faletto, E. La dependencia y lo nacional-popular, p. 2.
[17] Op. Cit. p. 74.
[18] Op. Cit. p. 4.
[19] Op. Cit. p. 74.
[20] Idem.
[21] Op. Cit. p. 4.
[22] Op. Cit. p. 75.
[23] Op. Cit. p. 5.
[24] Op. Cit. p. 76.
[25] Op. Cit. p. 75.

domingo, 9 de marzo de 2008

Movimientos Sociales (Parte 1)

En la primera mitad del siglo XX las Ciencias Sociales se encontraban bajo el paradigma estructural, por lo tanto su preocupación fue la estructura social, la totalidad, y, entonces, sus análisis apuntaron a la posibilidad de cambio de esta totalidad. Los científicos sociales estaban inmersos en la sociedad de la época industrial, fordista o moderna; donde existía una contradicción de clase dada por la tenencia o no de los medios de producción. A continuación se abre paso la sociedad postindustrial, postfordista o postmoderna, la cual ya no se organiza en términos tradicionales, ahora las grandes estructuras sociales ya no existen y, por lo tanto, el sujeto social es distinto y “funciona” de acuerdo a problemas más pequeños y acotados. Las luchas ya no estarían centradas en las demandas políticas-económicas, ahora, los actores sociales lucharían por la identidad. Emergen, actualmente, movimientos sociales fragmentarios con lo cual desaparece el problema de la transformación social, el movimiento social se legitima cuando lucha por sus reivindicaciones. En las próximas publicaciones se buscará graficar al Movimiento Popular en Latinoamérica y lo Nacional Popular de la sociedad moderna; y con esto mostrar el giro cultural que llevó al surgimiento de la Teoría de los Nuevos Movimientos Sociales. A continuación se expondrá una breve introducción para así contextualizar las posteriores publicaciones.

Clase, pueblo y masa

Antes de analizar el devenir del Movimiento Popular y el posterior surgimiento de los Movimientos Sociales en América Latina se debe pasar a revisar que quieren decir los conceptos de clase, pueblo y masa. El primer lugar, el concepto de clase surge cuando la naciente sociedad industrial se enfrenta a las estructuras estamentales tradicionales de los estados feudales, surgía así una nueva forma de estructuración social en la cual se utiliza el concepto de clase para dibujar los contornos de la nueva estructura social y, en este sentido, se convierte en uno de los conceptos más importantes para comprender a la sociedad moderna[1]. Marx, teniendo a espaldas las revoluciones, Francesa o Burguesa por un lado e Industrial por otro, entrega un verdadero diagnóstico de época mostrando en El Manifiesto Comunista las principales clases de la sociedad burguesa[2]. Estas clases están definidas según la pertenencia de los medios de producción, es decir la clase burguesa la componen los dueños de los medios de producción y la clase proletaria la componen los que venden su fuerza de trabajo a los propietarios de los medios de producción[3]. Otra definición que hace Marx de pertenencia de la pertenencia a una clase determinada la realiza en La Ideología Alemana donde indica que los individuos forman una clase social solo cuando se unen es pos de una lucha común contra otro grupo común, concepto que tiene implícita la idea de “lucha de clases”. Por lo tanto, se puede decir que las clases están dadas por una condición económica, según su posesión o no de los medios de producción, y, por otro lado, si se forma parte de un conglomerado activo unidos por una lucha común contra otro. Entonces existe una visión económica y política del concepto.

Por otro lado, los conceptos de pueblo y masa son trabajados en América Latina con la idea de “clase”. En América Latina, debido al desarrollo histórico distinto al Europeo, se ha puesto en duda la existencia de clases sociales según el paradigma Europeo. El pueblo o movimiento popular es visto como una expresión de clase, hay que concebir este concepto como una gran totalidad del sector popular organizado y en movimiento, una clase social determinada como todo aquello que no es parte de la dominación[4]. En tanto, el concepto de Masa surge entre los años 20 y aquí lo masivo es la idea de la existencia de lo popular, tiene, en si, un tono peyorativo en tanto que presupone una homogeneización del comportamiento y las expectativas de los sujetos. Las masas, hoy en día, está vinculada a los medios de comunicación. El consumo sería la forma de construcción de “masividad” a través de lo cual se expresa lo popular[5].



[1] Al respecto, ver Basaure, M., ¿Fin de las clases? Materiales para un debate.

[2] Marx, C. Y Engels, F., El Manifiesto Comunista, capítulo “Burgueses y proletarios” pp. 23-36.

[3] Al respecto ver versión de Marx, C., Manuscritos Económico-Filosófico, tercer manuscrito: “Necesidades, producción y división del trabajo”, pp. 132-138. En compilación realizada por Fromm, E., Marx y su concepto de hombre.

[4] Al respecto, ver Salazar, G. Y Pinto, J. Historia contemporánea de Chile II. Actores, identidad y movimiento, pp. 93-96.

[5] Al respecto, ver Arancibia, J. Comunicación Política, pp. 109-126.

jueves, 6 de marzo de 2008

Pobreza Estructural y Desigualdad Social


Las barreras que impiden la igualdad de oportunidades comprenden distintas variables, por lo que no puede ser medida solo tomando en cuenta un indicador, ya sea el acceso a ingresos o el consumo de bienes y servicios. Una sociedad es equitativa cuando asegura la igualdad de oportunidades, es decir, cuando no se limita a respetar la igualdad de las personas ante la ley, sino que también promueve la supresión de las barreras económicas y sociales, o la comprensión de las desigualdades que ellas generan y que impiden o dificultan la realización del potencial individual. Por lo tanto, el análisis debe complementarse con la incorporación de la población a la ciudadanía social y política y, por ende, con la capacidad de influir en las orientaciones de política pública o gubernamentales.

Se puede diferenciar pobreza en tanto no acceso a bienes primarios o pobreza en tanto no acceso de bienes o servicios. Ésta debe ser entendida como un fenómeno sociocultural multidimensional que incorpore variables como empobrecimiento, asociatividad política y capital cultural del lado de la familia. Hay componentes adscriptivos de la inequidad que tienen que ver con la distribución de bienes económicos y sociales de acuerdo a rasgos que son socialmente atribuidos a personas, sin tener en cuenta sus talentos o habilidades, estos componentes adscriptivos, que perpetúan la desigualdad, no pueden ser resueltos con la constitución de salarios y bienes básicos, sino que, más bien, con la formación del sujeto -socialización- donde el ciudadano pasa del derecho pasivo al activo. Este componente adscriptivo es atribuible a la existencia de modernización sin modernidad.

Si bien existen componentes adscriptivos que se relacionan con la no distribución de bienes económicos, cabe tener en cuenta los capitales culturales y simbólicos, los cuales, si no son considerados al interior del enfoque de la política pública, tienden al agravamiento de las desigualdades intergeneracionales. Hay componentes distributivos de la inequidad que derivan del sistema de retribución de los factores que se encuentran implícitos en el estilo de desarrollo, que van más allá de los niveles de desigualdad aceptada socialmente. Estos factores abarcan la distribución del ingreso y del patrimonio, incluyendo en éste no solo sus aspectos físicos sino el patrimonio de cocimiento y habilidades y el acceso a la información. Entonces, más allá de la distribución del ingreso -que no se busca desvalorar-, en el análisis, se deben incluir aspectos referidos al grupo de parentesco, la familia entendida como una experiencia cultural de socialización cognitiva, valórica y social; también otros aspectos como el patrimonio de conocimientos, competencias y habilidades, como así mismo de acceso a la información. La distinción de estos componentes permiten subrayar el carácter multidimensional del fenómeno de la inequidad social, idea que debe sustentar todo el enfoque analítico de las políticas sociales con que se pretenda afectar positivamente la distribución social de las oportunidades, se reclama, por tanto, una comprensión integral del fenómeno.

Esto implica que el concepto de pobreza ha experimentado una notable variación cualitativa en su contenido. Convencionalmente el concepto de pobreza (estructural) aludía a una dimensión estrictamente económica, es decir a la capacidad de consumo, donde no existiría movilidad porque no se constituye un “orden social competitivo”. A cambio, se plantea la incorporación de nuevas variables: los valores que los sujetos puedan capitalizar, capital simbólico (capital educacional del hogar); la seguridad (inseguridad en la condición de pobreza), las condiciones de participación autónoma de las personas en su entorno social y político como factor de "superación de la pobreza".