viernes, 29 de febrero de 2008

Modernidad y Modernización


Modernidad y modernización son conceptos que pueden ser claramente diferenciados en su definición, pero esto no implica obviar la incestuosa y compleja relación que, idealmente, entre ellos se da. La modernidad es posible comprenderla en tanto rasgo definitorio de la cultura de una época, es decir entenderla a través de estructuras culturales. Por otro lado, la modernización responde a la tecnología de la transformación animada por esa cultura. Convencionalmente, al referirse a la modernidad se hace referencia al progreso, la igualdad, soberanía, Estado, partidos políticos, parlamentos; esta conceptualización es posible leerla como la construcción moderna de instituciones que tienen la capacidad de fortalecer una acción política moderna. Weberianamente, la tensión modernidad-modernización contiene la esperanza de la constitución de ciudadanía, la modernización se entiende como el diseño de una sociedad, una forma de articular una política pública focal y un cambio de matriz cultural.

Teniendo en cuenta la continua revolución tecnológica, no es casualidad que el debate actual instale el tema bajo las complejas relaciones entre modernidad, entendida como la constitución de códigos seculares y política moderna; y modernización, vale decir, las transformaciones de la base técnica. Esta revolución tecnológica se expresa de dos oleadas, la primera estaría impulsada por la aplicación sistemática y cuantiosa de energía no-humana al proceso productivo; la segunda por la ampliación acelerada de la capacidad humana para procesar información. La primera modernización revoluciona la capacidad de producción material; la segunda revoluciona la capacidad de producción de conocimiento.

En el caso de los países desarrollados se puede apreciar una articulación entre modernidad y modernización gracias a una secuencia histórica de cambio societal de modo que la transición de la primera a la segunda oleada pudo producirse con un apreciable grado de control societal sobre los cambios propios de esa transición. A diferencia se los países en vías de desarrollo -o francamente subdesarrollados- donde lo que ocurre es una superposición de segmentos sociales que, aunque participan de la modernización industrial, conviven con segmentos insertados en la segunda oleada modernizadora, es decir, la capacidad de producción de conocimiento (sociedad de la información) se da en una yuxtaposición social y política. Es por esto que en América Latina es complejo hablar de transiciones que van de una oleada a otro ciclo de modernización, lo que existe son más bien rupturas y quiebres políticos, culturales y sociales que marcan la heterogénea superposición en las formas de desarrollo.Es por esto que la teoría sociológica del desarrollo veía en la modernización una especie de racionalidad histórica que llevaría a un pasaje gradual de la sociedad tradicional a la sociedad moderna, es decir, de lo irracional a lo racional. Este camino lo realizaría mediante la instauración de un moderno sistema de valores, instituciones secularizadas -como la escuela, el partido político, la empresa moderna, burocracia de Estado-. Es en este contexto donde surgen los gobiernos nacionales populistas y el caudillaje. La modernización era, en suma, un proceso de construcción de instituciones. Teniendo en cuenta la desarticulación entre modernidad y modernización, destacan en el debate actual ideas que inciden sobre el análisis de la estructura de clases, la estratificación y la movilidad.

miércoles, 27 de febrero de 2008

Las Ciencias Sociales como disciplinas


Entre 1780 a 1830 comienza una de las revoluciones científicas más grande de la historia de la humanidad, surge la revolución industrial, con lo que el Idealismo Alemán entra en crisis, se produce un desarraigo entre la tradición filosófica y la vida práctica. Es aquí donde surgen las ciencias sociales como disciplinas, este concepto no se refiere a la reflexión científica sobre el hombre y la sociedad, reflexión que ha existido desde el siglo XIII, sino que se refiere al surgimiento de campos profesionales con relativa autonomía entre ellos, es decir, en cada uno de estos campos se puede encontrar su respectivo objeto de estudio, método de la disciplina y, por supuesto, especialista, sean exclusivamente sociólogos, economistas, psicólogos, etc. Los grandes pensadores de los siglos XVII, XVIII o anteriores, es decir antes del surgimiento de las ciencias sociales como disciplinas, son, por así decirlo, pensadores integrales, es decir filósofos, geógrafos, matemáticos, sociólogos, psicólogos o antropólogos, simultáneamente.

En la distinción por disciplinas surgida en el siglo XIX el saber se relaciona con la figura del poder, en tanto privilegio profesional. A propósito de la aparición del saber de la ciencia social como disciplina es que se funda la filosofía de la ciencia contemporánea. Existe una orientación desde el saber de los fundamentos hacia la experiencia, en palabras de Marx: “Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos; de lo que se trata es de transformarlo”, en el caso de la fundación de las ciencias sociales, hacia la técnica. Se asumió la ciencia como un hecho y además se asumió que ésta es la mejor forma de conocer, entonces los filósofos ya no buscan un fundamento para la ciencia, el problema pasó a ser técnico: ¿Cómo hacerlo?, es por esto que son llamados filósofos del método. La ciencia, entonces, es un dato, una premisa, y el problema real es encontrar cómo aplicar ese dato del saber científico a un objeto más complejo, al hombre, a la sociedad. La idea del método es una premisa de la cultura científica, es decir que la idea que existe que para conocer se debe utilizar un método es una premisa del propio método, esta idea no es pensada, se da como una obviedad, es anterior al pensamiento. El método, en realidad, no sirve para conocer sino que, mas bien, es la manera en que los científicos presentan sus conclusiones, como se identifican entre si. No es el camino a seguir para llegar a las soluciones sino que es la manera como la comunidad científica se identifica con el resto de la comunidad (legos). El método, entonces, pasa a ser un discurso legitimador y, por lo tanto, una ideología, la ideología de la comunidad científica.

lunes, 25 de febrero de 2008

El “otra vez” como síntoma



Estoy terminando de reemplazar, durante dos semanas, a un colega en su trabajo. A él lo conozco desde la primera adolescencia, entre los trece y los catorce años creo, fuimos compañeros en el colegio por toda la enseñanza media y, como buenos egresados de una escuela industrial, apenas salimos de cuarto medio, sino antes, nos pusimos a trabajar en lo que habíamos gastado el tiempo durante tres años: la informática. Cuando recién entramos a esta “carrera” la denominaban “la carrera del futuro” y, ahora, desde el futuro tan lejano en esos años me doy cuenta cuan errónea era esa frase, seguramente no muy pensada por el profesor que la lanzó. A veces las personas no miden las consecuencias de sus gestos, tan necesarios de ser calibrados sobre todo si los expresas ante un púber.

Luego de trabajar unos años en el rubro con la auto-obligación impuesta, además, de estudiar algo relacionado con lo que hacía para no perder la inversión de tiempo y dinero, me di cuenta de lo errado que me encontraba. Ahora que estoy en un puesto similar al que enrolé hace ya más de tres años atrás comienzo a recordar lo chato que estaba, lo plana que era mi vida, lo poco cuestionada que eran las situaciones y cuanta ignorancia (en el sentido más brutal del termino) guardaba bajo la bóveda . Esta mañana me di cuenta. Un día antes de terminar el reemplazo, sentí la misma voz matinal de antaño al levantarme, el mismo soliloquio que retumba con un eco que solo pueden callar las primeras gotas que salen de la ducha: “Otra vez”. Pero este “otra vez” no es un “otra vez” cualquiera, porque si fuera “otra vez… voy a comer algo rico” u “otra vez… voy a tener sexo del más sucio” u “otra vez… voy a leer cien años de soledad” sería casi una loa, un piropo. Por el contrario, este “otra vez” es de decepción, de desesperación, de aislamiento, de impotencia.

No es cansancio, lo sé, no puede serlo, los viejos se cansan. Además, si fuera cansancio se aliviaría con descansar y éste no es el caso -lo he comprobado empíricamente-, además llevo solo dos semanas en el trote. Esta sensación, más bien, rosa el desaliento, no alcanza a serlo, es solo el comienzo de éste sentir. Es, en definitiva, aburrimiento. Pero ¿aburrido de qué?... ¿de levantarme temprano?, ¿de tomar desayuno apurado?, ¿de viajar en un metro repleto, de mal olor y, por lo mismo, nauseabundo?, ¿de estar sentado todo el día frente a la computadora?, ¿de volver a casa en las mismas condiciones de viaje que en las que arribo al trabajo?. Alguien, de manera apresurada claro está, respondería que si, que es por todas y cada una de esas cuestiones. Pero otro, el segundo por supuesto, que se dio mucho más tiempo para meditarlo que el primero, me diría que efectivamente es la acumulación de todo eso, pero hay más. Ese “más” es donde se oculta el secreto. Es el síntoma, es decir, el valor agregado es lo que devela el trauma que constituye el aburrimiento. Este “más” es el palpitar de la subjetividad aprisionada, engrillada a toda la externalidad enunciada anteriormente, subjetividad que busca compulsivamente tener la facultad de obrar de una manera u otra o, simplemente, no obrar –los más osados y crédulos le llamarían “libertad”-, facultad que le es castrada a la subjetividad debido a que le es castrada la soberanía sobre si misma. Este palpitar es su praxis, su trabajo, su capacidad de producir y que ésta producción lo produzca a si misma. No ser dueño de su trabajo implica no ser dueño de si mismo, de su propia subjetividad, es coartar la “libertad” que constituye al hombre… definitivamente así cualquiera se aburre.

viernes, 22 de febrero de 2008

El baile de la gambeta

Joaquín. Tú mejor que yo, que soy un simple mirón del deporte rey y, por lo mismo, un simple mortal, bien sabes que el fútbol está por sobre cualquier institucionalidad (como dijo un gordito un poco hiperventilado por ahí: “la pelota no se mancha”), el fútbol es ir a la cancha más que al estadio, es pensar en la posibilidad de comenzar a creer en Dios, siendo ateo, ante una potencial definición por penales, es estar expectante ante cada parábola que forme la “gordita regalona”, es emocionarse viendo como el artista del timo traza líneas zigzagueantes sobre la hierba invitándote a jugar mientras te quita el balón buscando envilecer con sus jugadas las tuyas. Es, en definitiva, disfrutar del baile de la gambeta.

Saludos

Visiten http://elbailedelagambeta.blogspot.com/ (Solo el barra brava cruzado)

miércoles, 20 de febrero de 2008

En el medio del festival


Sintiendo que en los medios de comunicación nacional se viene una semana dedicada casi de forma exclusiva a la faramalla festivalera, creo que es necesario recordar cuál es el rol de estos medios en la sociedad, para que no nos pille volando bajo tan espectacular espectáculo. A continuación expondré el fragmento de un trabajo presentado en el curso de “Discurso y Comunicación” que, tomando el caso ejemplar de Televisión Nacional de Chile, pretende explicitar sus prácticas y, en definitiva, intenta que el lector, como sabio descifrador de sus líneas, tome conciencia cuan formateador puede ser un medio de comunicación…. Porque Viña tiene Festival.





Los medios como (re)productores de la realidad, el caso de TVN.





De acuerdo a las Orientaciones Programáticas de TVN esta institución se declara como “un medio televisivo que se concibe como un servicio público pluralista, objetivo y abierto a la sociedad” a partir de lo cual podemos precisar ciertas incongruencias discursivas, las cuales se desmenuzaran a continuación buscando demostrar como los medios de comunicación y particularmente la TV (tomando como caso ejemplar a TVN) tiene la capacidad de (re)producir la realidad sin que muchas personas siquiera se detengan a pensar lo que esto significa.

Al ser un medio de comunicación pluralista nos está diciendo que en su señal y en sus respectivos programas tienen cabida las distintas visiones que pueden existir dentro de una sociedad con respecto a la misma, en palabras de la Línea Editorial de TVN “No pretende desconocer ni mucho menos ocultar la diversidad de la sociedad y los distintos enfoques de quienes viven esos mismos valores de distinta manera”. Esta paradoja discursiva, la pluralidad de quienes viven esos mismos valores de distinta manera es lo que la señal de derecho público y empresa autónoma del Estado representa y busca re-producir.

Este contrasentido es la condición de posibilidad de la emergencia de una institución totalitaria que invisibiliza las condiciones de dominio, haciendo creer que los distintos sujetos son libres y autónomos en su pensar, decir y crear; pero lo que realmente está haciendo es cancelar la deliberación y extirpar la verdadera diferencia y, con esto, preservar para sí el monopolio de un lenguaje particular: la violencia. Al negar el pensar, el totalitarismo cercena las palabras, enmudece a los sujetos, provoca una ontologización lo cual conlleva a la naturalización o normalización de un estado y orden de las cosas. Las personas terminan por vivir en una realidad que les crea el dispositivo de poder que es el medio de comunicación.

Al catalogarse de “objetivo”, o sea, que existe fuera del sujeto que ve un hecho, se otorga imparcialidad. Está queriendo decir que, al decir está diciendo la verdad tal cual es, sin ninguna influencia externa y, por lo tanto, al enunciar la verdad el que realiza el discurso es “la” verdad misma. La verdad es, según Foucault, “el conjunto de procedimientos reglamentados por la producción, la ley, la repartición, la puesta en circulación, y el funcionamiento de los enunciados”. Los sistemas de poder son aquellos que producen el discurso de la verdad y a la vez la ostentan y por lo tanto se re-producen a si mismos en su lugar.

En toda sociedad la producción del discurso está a la vez controlada, seleccionada y redistribuida por cierto número de procedimientos que tienen por función conjurar sus poderes y peligros. Existen tres grandes sistemas de exclusión que afectan al discurso, estos son la palabra prohibida, la separación de la locura y la voluntad de verdad; siendo esta última la dimensión más importante ya que las dos primeras se subordinan a esta. Justamente es esta voluntad de verdad la que se adjudican los medios de comunicación y en este caso TVN al indicar que su discurso es objetivo, y por lo tanto sin ningún otro interés que el de mostrar las cosas tal cual son, está queriendo instalar un velo de alquitrán en las miradas de los espectadores para así evitar el vislumbramiento de su deseo o ejercicio del poder, por lo tanto la voluntad de verdad lo que hace es camuflar la verdad del poder y esconder, además, esta relación incestuosa.

Al obstruir el deseo de poder, los medios de comunicación mantienen a la población común a raya. Hacen que se identifique con lo que el poder quiere que se identifique, evita cualquier posible organización de parte de la población en contra de los que ostentan el poder, fracturando su estructura, creando a personas que no se identifican con su clase, los cuales se encargan de resguardar los intereses de quienes tienen el poder sin ser ellos parte de este. Pero estos mecanismos el poder no los ejerce de manera represiva, lo que hace que la voluntad de este poder sea aceptada es que no pesa solamente como una fuerza que dice no, sino que de hecho la atraviesa, produce cosas, induce placer, forma saber, produce discursos; es preciso considerarlo como una red productiva que atraviesa todo el cuerpo social más que como una instancia negativa que tiene como función reprimir. Los medios de comunicación, indican que es lo que se debe hacer o decir, educan a la población a su antojo y todo esto lo hacen de manera “divertida”, entregándoles el espectáculo que gustan ver, gusto que el mismo poder ha moldeado y desarrollado.

Entonces, cuando TVN se califica como “un medio televisivo que se concibe como un servicio público pluralista, objetivo y abierto a la sociedad”, lo que está haciendo es abrir las puertas de sus estudios para que por delante de sus cámaras desfile la sociedad de mismos que la misma señal a creado, por lo tanto este medio de comunicación narra lo idéntico que produce y re-produce. Muestra a los espectadores “los distintos enfoques de quienes viven [los] mismos valores de distinta manera”, estos valores son los sentidos de verdad que son la condición para la formación y el desarrollo del capitalismo neo liberal.

lunes, 18 de febrero de 2008

Internet como herramienta


Le pregunte a un amigo, de 16 años, cómo se imaginaba Internet y para qué creía que servía. Él es un usuario constante de esta red de redes, fotolog incluido y tardes de chateo transformadas en noches de conversación, claro que sin ver ni haber escuchado a nadie. Su respuesta me pareció algo inocentona, partió como buena respuesta adolescente con un “No sé” y continuó con una inspiración digna de película de ciencia ficción, pero claro sin rozar siquiera la tipología lógica de la red, para terminar con un “sirve para comunicarse, pero ¿Por qué me preguntas eso?”. “Por nada”, le dije, “para saber”. Buscaba saber desde la perspectiva de un usuario compulsivo de Internet, que nació con el fax-MODEM y se desarrolló con las direcciones IP, su visión de La red.

Internet es, básicamente, computadoras y cables. Cada computadora cuenta con una dirección en la red (dirección IP) la cual permite tanto la identificación de las máquinas como la comunicación entre las mismas. Las computadoras más grandes y que almacenan la información que es consultada son llamadas Servidores y las computadoras que consultan se les puede llamar Terminales. Existen también los terminales tontos, no podían no existir. Esta red fue creada por un par de universidades norteamericanas conjuntamente con el Pentágono (no podía ser de otra forma), en plena guerra fría, con la intención de transmitir paquetes de información militar de un punto a otro. Básicamente, como piensa mi amigo, para comunicarse.

Pero desde los sesenta a esta parte la red ha cambiado. Hoy en día nos envuelve como una gran tela de araña al punto de que una computadora sin Internet se nos vuelve casi inútil y una persona sin computadora se transforma en un analfabeto, no por nada existe la necesidad de alfabetizarse digitalmente. Hoy por hoy todo se hace por Internet, desde comunicarnos con algún amigo o familiar que se encuentra en otro lugar del mundo, en tiempo real, hasta contar con un e-commerce, es decir, un mercado electrónico en línea, dispuesto a realizar transacciones las 24 horas del día, sea cual sea éste. Internet está en todas partes. La información que aparece allí se considera verdadera. De hecho los medios de comunicación ya clásicos como la televisión, radio o la prensa escrita, que se caracterizan por ostentar la verdad (el clásico: “Es verdad, salió en la tele”), se han subordinado a la red.

Es por lo mismo que no debemos hacer de la red un fetiche, es decir, no nos debemos olvidar que es una creación nuestra y, por lo tanto, una herramienta que puede ser moldeada a nuestras necesidades. Pero es aquí donde surge el problema de definir cuáles son nuestras verdaderas necesidades, mientras la ideología dominante continúa imponiendo necesidades que en un principio nos parecen propias pero con el tiempo se nos tornan ajenas. No creo que sea casualidad que los Pingüinos Revolucionarios se hayan transformados en Pokemones posteando sus fotologs, mientras las acciones por concepto de búsqueda y publicidad en Google ascienden a más de 170 millones de dólares (y, como la capacidad de almacenamiento de nuestra casilla de correo, “sigue en aumento”).

viernes, 15 de febrero de 2008

San Valentín o Día del Amor


El catorce de Febrero me pilló vendiendo mi fuerza de trabajo, reemplazando a un colega (digo colega porque es un ex compañero de colegio) en una pega que atonta de lo aburrida que puede llegar a ser. Por otro lado, a mi novia, Valeria, la encontró atendiendo una tienda de regalos de una muy dudosa administración. La pasé a buscar tarde, a eso de las nueve de la noche, pero antes de llegar a su “trabajo de verano” caminé por las calles del centro de Santiago, me llamaba la atención la cantidad de parejas que caminaban abrazadas. Los globos, como los Romeos, flotaban desde las manos de sus Julietas de jornada, los parquímetros colapsaban, los cines se llenaban, en los restoranes hacían fila para entrar y las tiendas, como en las que trabaja mi novia, estaban repletas de “enamorados” comprando regalos para demostrar su amor por medio de un presente, presente que quizás pretenda reemplazar lo ausente. No voy a discutir el tema del consumo ni el consumismo, lo haré en otro momento. Lo que quiero destacar es cómo es que se puede llegar a confundir lo sentimental con lo material, quiero discutir la idea del regalo en tanto re-presentación, un traer al presente algo, en este caso un regalo-algo en tanto cosa, y exponerlo para demostrar un sentimiento que per se es humano.

Los sentimientos, creo, se deben intercambiar por sentimientos, por ejemplo, el amor por amor o desamor, la valentía por valentía o cobardía, y así todos. Pero también podemos intercambiar sentimientos por objetos, ojo digo objetos y no cosas, es decir objetos en tanto devenir de un procesos de subjetivación, o sea como frutos del trabajo o producción de un sujeto. Cuando yo produzco algo, de manera no enajenada por supuesto, estoy poniendo todo mi ser en ese algo. Este objeto creado, de cierta forma, contiene mi humanidad y, por lo tanto, mis sentimientos; por lo cual éste verdaderamente me re-presentaría. Pero, entonces, ¿Qué hacemos intercambiando sentimientos por cosas?, ¿Por qué confundimos lo humano con lo cósico sin siquiera detenernos a pensarlo?, creo que no es un simple problema de equivalencia y, sin duda, es mucho más profundo que cualquier fiesta que sirva para reactivar el mercado como, por ejemplo, San Valentín.







--continuará en otra entrada--

jueves, 14 de febrero de 2008

Advertencia


Este texto(*), al ser el primero que subo es, más que una introducción de los posteriores, una advertencia. Creo que es necesario indicarles desde donde escribo y, por lo tanto, cuales son los intereses implícitos en los trazos realizados. Es, a la vez, una especie de declaración de principios para que el ávido lector sepa desde que punto se apunta al apuntar en la hoja. Esta declaración es producto del constante trabajo realizado estos últimos años, de la articulación de distintas cátedras y, por supuesto, de discusiones, siempre reanudadas, con amigos.



* Fragmento de la ponencia que realicé en el Octavo Congreso Nacional de Estudiantes de Sociología llevado a cabo en la Universidad Academia de Humanismo Cristiano en el mes de Noviembre del año 2007 . El texto completo se encuentra en la publicacón que realizó la misma universidad.


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Lo que define al ser humano es el comprender, el estar abierto al sentido. El ser humano está definido como una condición hermenéutica. El comprender, por lo tanto, no es una función de la facultad inteligente del ser humano sino que es el modo de ser de lo humano[1]. Esto es posible verificarlo en la operación hermenéutica fundamental que todos estamos provocados a hacer: “¿Qué significa esto?”, preguntarnos por el significado de algo cuando éste se nos aparece y comparece como un problema, cuando emerge un mensaje cuyo significado ignoramos. Pero los objetos, las cosas, no necesariamente tienen significados, hay veces que estos son el resultado de una cadena causal, por lo que no habitualmente buscamos el significado de algo, sino que, en ocasiones, buscamos explicar por sus causas un determinado fenómeno. Desde la teoría del inconsciente freudiano se puede entender que toda escritura termina siendo una matriz de producción a través de traducciones, las cuales siempre son distorsiones, no de un “original”, puesto que, a su vez, este “original” traducido es producto de otra traducción. Siguiendo a Paul Ricoeur[2], todo el pensamiento crítico moderno, desde Marx, Nietzsche y Freud; está en relación en torno a la incredulidad respecto a todo origen sustancial y el desmantelamiento crítico de todo recurso al origen como ilusión. Del origen, lo único que tenemos es siempre narrativa, un cuento, un relato. Por lo tanto no existiría un sujeto fundador, ni una conciencia propia de este sujeto. En la base de la idea de sujeto se camuflan, según Marx[3], un conjunto de elementos sociales, económicos e ideológicos; según Nietzsche[4], una moralidad recibida y reproducida a partir de un resentimiento en contra de la vida; y para Freud[5] el yo continúa hacia adentro, sin límites precisos, con una entidad psíquica inconsciente, sería, además, un obstáculo de la realización de la demanda de placer realizada por el inconsciente.

El hombre produce signos u objetos que comparecen como signos y, como consecuencia, está en relación con éstos. El sentido no existe al margen del sujeto social, este es en tanto sentido de una determinada sociedad. Por lo tanto, el sentido y el valor de éste se constituyen históricamente. La dimensión hermenéutica es la condición comprensiva que define el modo de ser singular de lo humano, pero el significado siempre es un signo y la posibilidad que algo comparezca como signo es su posibilidad de inscripción, el sustrato del sentido es el soporte material del lenguaje como existencia perdurable, es su escritura. En el discurso escrito[6] desaparece el intercambio entre locutor e interlocutor, tanto el escritor como el lector están ausentes el uno para el otro; por lo tanto, lo que quería referir el autor pierde el sentido para la comprensión y ésta es reemplazada por la búsqueda del significado real del discurso. Es este el fenómeno que se debe tratar de explicar, es decir, cómo es posible que se constituya el sentido y cómo el ser humano está en relación al sentido. El problema de la inscripción implica la cuestión del tiempo y la historia. De toda actualidad de sentido lo único que queda son inscripciones, huellas sobre una superficie material, a estas, por definición, les compete el preservarse y perdurar más allá de la vida del sujeto autoral, está, por lo tanto, destinado a ser interpretado de manera póstuma. No se puede, entonces, ser contemporáneo al sentido del presente, este sentido solo será revelado después, en otra escena comunicativa cuyos códigos serán distintos y distantes a la escena comunicativa inicial.

Un hecho fáctico al ingresar a la cultura se transforma en un símbolo, esto es a lo que se apunta cuando se habla de la singularidad del ser de lo humano. Al ser el objeto un punto de llegada de un proceso de objetivación, la condición de este objeto está determinada por el sujeto, el objeto es, entonces, un proceso de subjetivación. Lo que se debe buscar entender es cómo es que una formación discursiva o hipótesis, deviene institución histórica, es decir, cómo un texto se transforma en referencia fundamental, es decir, objeto; dentro de un determinado cuerpo de saber. Es necesario preguntarse cómo algo que pertenece al dominio cultural, por lo tanto, al discurso y al sentido de este, y por tanto es contingente e histórico, se transforma en una segunda naturaleza, en lo social incorporado, donde el aprendizaje es fuente de la realidad de las prácticas. Según Marx[7], no es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, es la organización social del hombre lo que determina su conciencia. Esta conciencia es, por lo tanto, “falsa” ya que lo social dirige el modo de pensar del hombre en determinadas direcciones y le impide que cobre conciencia de determinados hechos y experiencias. Solo si esta falsa conciencia se transforma en verdadera, es decir, solo si se puede tener conciencia de la realidad en vez de deformarla con racionalizaciones y ficciones se puede cobrar conciencia, también, de las necesidades humanas reales y verdaderas. Existe, entonces, una naturaleza humana en general y una naturaleza humana históricamente condicionada por cada época[8], es decir, existen impulsos humanos constantes y fijos, como la sed, el hambre y la sexualidad, los cuales son parte integrante de la naturaleza humana; y los impulsos humanos relativos, que son parte integrante de la naturaleza humana pero que deben su origen a ciertas estructuras sociales y a ciertas condiciones de producción, como por ejemplo la estructura capitalista crea la necesidad de dinero, el objeto por excelencia[9]. Se hace necesario, para develar la forma de constitución de esta segunda naturaleza viajar donde habita el olvido estructural que es inherente a todo proceso de socialización, resistirse analíticamente a este olvido que está implicado en todo acto de institución. En la identificación, por ejemplo entre “persona” y “sociólogo”, que se pone de manifiesto en cualquier representación social está implicado el olvido de los procesos disciplinarios que están contenidos en cualquier acto de aprendizaje. La consecuencia de este proceso de olvido es que se niega al sujeto, este pasa a ser pura producción estructural, y su conciencia se deforma. El acto de instituir, como también la institución, se levanta sobre una operación de olvido estructural. La operación analítica de la sociología es, entonces, desocultar, descubrir analíticamente todo aquello sobre cuya borradura se levanta la institución.

Todo análisis siempre implica una reflexión acerca de las herramientas que se utilizan en el proceso analítico. Este es el carácter crítico que debe asumir la sociología, es decir, dilucidar las condiciones de posibilidad del conocimiento. Este proceso reflexivo es la operación analítica que toma como objeto al sujeto mismo que analiza. El investigador, es decir, aquel sujeto que ha sido socializado al interior de un campo disciplinar[10] vive en una ilusión. Lo que lo constituye como tal pasa por la distancia que el sujeto investigador establece con el objeto de investigación, con lo cual deja de lado la relación hermenéutica. Pero el investigador convive con el objeto investigado ya que este ha sido formado dentro de la misma relación social, por lo tanto el investigador está implicado en la ideología desde la cual construye o produce su objeto. Es por esto que el imperativo de la investigación es que el investigador esté obligado, en cada caso, a dilucidar las condiciones que han transformado al sujeto en investigador. Al ser la conducta del investigador el resultado de las relaciones sociales de producción de cierto campo, en este caso la sociología, el investigador debe develar cuál es la ideología que lo constituye y cuál es la escuela que habla a través de él. Justamente porque el sujeto investigador está producido por las condiciones de producción del campo es porque el sujeto debe dilucidar las condiciones de constitución de campo del cual él es un efecto, es decir “objetivar al sujeto objetivante”. Esta constante vigilancia respecto a las condiciones sociales de producción del análisis sociológico es lo que le da el rango crítico a la sociología, mostrar las condiciones de producción que permiten la objetividad.

La operación hermenéutica presupone un origen del sentido, un autor como padre. Usualmente, es inevitable que, a la hora de pensar en el origen de algo, no se pueda sino pensar en una presencia creadora. Toda la disposición critico- materialista[11] lo que descubre en ésta pregunta por el significado de un hecho, cuestión que nos lleva a preguntarnos por el contexto autoral, es la construcción retrospectiva que una presencia plena al comienzo solo puede tener referencia a un vacío, a un mero accidente. Esto es lo que ocultan los cuentos acerca del origen, es decir, que todo relato acerca de un origen para constituirse debe ser una estrategia eufemizadora que se las arregla para borrar, ocultar y, a consecuencia, olvidar que en el comienzo no hay otra cosa que contingencia. Para que un sujeto se constituya como tal, por ejemplo como sociólogo, tiene que erguirse sobre una borradura. En cada acto de institucionalización existe siempre un olvido estructural, el olvido de toda la historia a través de la cual el sujeto llegó a conquistar un lugar social. Toda escena es siempre un sucedáneo, una cadena de sustitución de una escena primaria que constituye al sujeto y que éste ha olvidado.

El discurso de una institución autoriza y reproduce autoridad, pero ¿cómo ocurre que un discurso llega a tener ese valor? Es esta institución de lectura dominante la cual se debe poner en cuestión. Es decir, preguntarse por el autor como creador de sentido es aludir a un origen entendido de forma metafísica. Es hacer referencia a una instancia sobre natural que crea desde la nada. El autor es lo que impide la pregunta sociológica por la creación de los creadores, por quién originó al original. Esta institución metafísica, que hace del autor el origen, es la que prima en todo campo intelectual, a la base de cualquier disciplina que se constituye con esta elaboración simbólica se encuentra el impedimento de buscar los procesos o dispositivos que hacen posible la institución, lo cual nos captura dentro de la misma y hace imposible el análisis sociológico. En la institución se colonizan las prácticas de habla, se disciplina y se normaliza a los sujetos que la integran, se extermina el pensamiento puro y se abre paso al pensamiento de una clase en particular, pensamiento que busca re-producir su ideología. La ideología reúne las narraciones referentes a los orígenes –jamás presenciados- que permite decir quienes somos, apuntan el punto de partida para asumir y afirmar la identidad individual y colectiva, cumple, entonces, una función conservadora, integradora y legitimadora de la propia identidad. Esta hace aparecer los intereses de un grupo determinado como intereses de una comunidad completa; no solo se afirma que somos, sino que además está bien que seamos así y que esta manera es la mejor entre todas las posibles de ser; finalmente, se consuma en la interpretación de todo hecho desde la perspectiva del grupo beneficiado por el orden existente, mostrando esa perspectiva como visión de la totalidad[12].

La sociología, entonces, debe analizar la institución[13], entendida ésta como el producto de la acción de instituir. Éste es un ejercicio crítico en contra de la institucionalidad que supone, por lo tanto, una distancia crítica, a consecuencia, cierta libertad en contra, de la institución misma que forma a la sociología. Teniendo presente que la manifestación de toda institución es el discurso y es por medio de esta objetivación por la cual la institución se valida, autoriza, produce, re-produce y forma saber; y , por lo tanto, es aquí donde hay que apuntar el análisis y la crítica. Se deben analizar las operaciones que el discurso realiza no en el sentido del contenido, aunque éste es un primer paso, sino que analizar su forma, la forma que permite al contenido, las operaciones que producen autoridad y, por lo tanto, monopolización del saber.

Es aquí donde oculta el “secreto” la institución discursiva que se arroga objetividad, es decir, que su existencia no depende del sujeto, su naturaleza es, a juicio propio, la imparcialidad. Una institución que se atribuye éstas características está queriendo decir que, al decir está diciendo la verdad tal cual es, sin ninguna influencia externa y, por lo tanto, al enunciar la verdad el que realiza el discurso es “la” verdad misma. Siguiendo a Foucault[14], la verdad es el conjunto de procedimientos reglamentados por la producción, la ley, la repartición, la puesta en circulación, y el funcionamiento de los enunciados. Los sistemas de poder son aquellos que producen el discurso de la verdad y a la vez la ostentan y por lo tanto se re-producen a si mismos en su lugar. Existen tres grandes sistemas de exclusión que afectan al discurso, estos son la palabra prohibida, la separación de la locura y la voluntad de verdad; siendo está última la dimensión más importante ya que las dos primeras se subordinan a ésta. Justamente es esta voluntad de verdad la que se adjudican las ciencias objetivas, ésta es la condición de posibilidad de la emergencia de una institución totalitaria donde el discurso permitido o validado invisibiliza las condiciones de dominio, haciendo creer que los distintos sujetos son libres y autónomos en su pensar, decir y crear; pero lo que realmente está haciendo es cancelar la deliberación y extirpar la verdadera diferencia y, con esto, preservar para sí el monopolio de un lenguaje particular. Al negar el pensar, el totalitarismo cercena las palabras, enmudece a los sujetos, provoca una ontologización lo cual conlleva a la naturalización o normalización de un estado y orden de las cosas. Según Habermas[15], el problema es la verdad en sentido pragmático, es decir no el problema filosófico de la verdad sino que la forma en que se expresan los enunciados racionales fundamentados desde preposiciones sin contradicciones. Lo cual nos deriva a la problemática de el surgimiento de una institución discursiva monopolizadora del saber, la cual controla, tecnificando un campo que debería ser multiparadigmático. A todo conocimiento técnico le subyace un interés de control y de dominación, la unidad de conocimiento e interés[16] o ideología se acredita en una dialéctica que reconstruye lo suprimido preguntándose por las huellas históricas de la escena de eufemización. Cuando se desmotiva la formación de debate, en la sociología, surgen tecnócratas que buscan controlar procesos; se utiliza, en términos Weberianos, una racionalidad instrumental cuyo conocimiento no es neutro y el cual está ligado a un interés político que le subyace, esta acción tiene como finalidad mantener el statu quo sometiendo todos los procesos a control. El sociólogo debe tener la llave que permita abrir ésta “Jaula de Hierro” en la cual nos apresa la tecnificación del campo, para hacer de la sociología una herramienta para la crítica y la discusión y no un dispositivo de dominación.

[1] Ver Heidegger, M. El ser y el tiempo, F.C.E., México 1974, pp.170-172.
[2] Ver Ricoeur, P. Hermenéutica y Psicoanálisis, pp. 4-6. Donde el autor califica a Marx, Nietzsche y Freud, como los “maestros de la sospecha” o “los que arrancan las máscaras”, este calificativo se lo otorgó ya que cada uno de estos filósofos, desde sus distintas perspectivas, ponen al descubierto la entrada en crisis del racionalismo moderno, al develar la insuficiencia de la noción de sujeto y mostrar un significado oculto de esta, se somete a crítica la noción tradicional de conciencia: Marx devela la ideología como falsa conciencia; Nietzsche desenmascara los falsos valores y Freud pone al descubierto los disfraces de las pulsiones inconscientes.
[3] Ver Marx, C. La ideología Alemana, p. 25.
[4] Ver Nietzsche, F. La genealogía de la moral, pp. 42-43.
[5] Ver Freud, S., El malestar en la cultura, p. 9.
[6] Ver Ricoeur, P. Del texto a la acción
[7] Ver Marx, C., Op. Cit., p.25.
[8] Ver Marx, C., El Capital, sección de La Acumulación Primitiva.
[9] Ver Marx, C., Manuscritos Económico-Filosóficos, Tercer Manuscrito.
[10] Ver Bourdieu, P. El oficio del sociólogo, pp. 11-25.
[11] Ver Foucault, M. Microfísica del poder, capítulo 1.
[12] Al respecto, ver en Perspectivas Éticas Nº14, CEDEA de la Universidad de Chile donde se analiza el texto de Ricoeur, P. Educación y Política, capítulo 5.
[13] Ver Op. Cit. pp. 79-94.
[14] Foucault, M. Microfísica del Poder, Ediciones de la Piqueta, Madrid, 1992. Pág. 189.
[15] Habermas, J., Ciencia y Técnica como Ideología.
[16] Op. Cit. pp. 179.

lunes, 11 de febrero de 2008

Para comenzar

Este es el tercer o cuarto blog que creo. Cada vez que he creado uno me digo: “Ahora sí, voy a vomitar todas las lecturas rumiadas estos últimos años, escribir algo interesante (o que al menos lo parezca), crear un espacio donde mostrar lo que siempre me dan ganas de gritar”. Pero no, mi inconstancia me devora. No puedo sentarme un rato frente a la maldita máquina binaria a monologar acerca de las opiniones, siempre diferentes, de los diversos temas que me ocupan el tiempo. Definitivamente prefiero conversar las ideas que escribirlas.

Pero estoy, nuevamente aquí, frente a la pantalla y creo que llegó el momento de cambiar esa forma de crear, reemplazar la fonética por el texto escrito ya que, estoy seguro, será la única forma de dejar un precedente de lo pensado. “Ahora si”, el espacio está y hay que ejercer soberanía sobre él.